31 jul 2015

El año del diluvio - Eduardo Mendoza

He leído varias novelas de Eduardo Mendoza a lo largo de mi vida. Si mal no recuerdo, la primera fue El misterio de la cripta embrujada, lectura obligatoria en mis tiernos años del BUP. Algo más tarde, en mis granujentos años universitarios me hablaron maravillas de Sin noticias de Gurb y desde entonces le he seguido la pista. Curiosamente todos los libros suyos que he leído eran claramente humorísticos, aunque en la mayoría de los casos conqueteando con el género negro. Así pues, creo que esta es la primera novela del barcelonés a la que me enfrento en donde prescinde de dichos elementos para construir un drama amoroso ambientado en la Cataluña rural de los años 1950s, con el nacional-catolicismo del franquismo en su máximo esplendor. La trama es bastante simple, recurro hoy al resumen editorial para ahorrarme el esfuerzo:
[...] Mendoza narra el conflicto en el que se ve envuelta sor Consuelo, una monja que administra un ruinoso hospital. Para conseguir la financiación, se dirige al cacique de San Ubaldo de Bassora, aunque todo empieza a complicarse cuando éste la seduce.
Por mencionar lo que me ha gustado del libro, diré que al ser una novela corta se lee en un pispás. Pero al margen de este detalle tan materialista relacionado con el poco esfuerzo que hay que dedicarle, poco más positivo puedo decir. Mendoza es muy pomposo escribiendo, por sistema usa expresiones pendantes y forzadas. Instalaciones fabriles y comerciales. Exordio. Algazara atrabiliaria. Preterir. Vacuidad inconmovible. Erección de un edificio. No es solo que haya necesitado del diccionario para saber qué quería decir el autor en numerosas ocasiones, es que ha habido un par de casos o tres en que incluso con la definición de la RAE en la pantalla, no he conseguido encajar los significados con el contexto. Es cierto que me hace mucha gracia precisamente cuando pone un registro culto en boca de un personaje marginal, como ocurre con el protagonista de El enredo de la bolsa y la vida o La aventura del tocador de señoras, porque en estos casos se maximiza el absurdo dando muy buen resultado. Pero por lo que se ve, ese engolamiento (empleando uno de los términos que he aprendido con esta obrita) es característico a su forma de escribir.

Luego ya a nivel argumental, la novela peca de un maniqueísmo de manual. Al capitoste rural, que se llama Augusto Aixelà de Colbattó, le ha tocado el papel del malo no solo por ser un donjuán que colecciona mujeres a las que olvida e ignora una vez ha conseguido llevárselas al huerto. El mentiroso, embustero, hipócrita y manipulador terrateniente se puso además del lado del bando nacional durante la Guerra Civil Española, así que es víctima propiciatoria de la antipatía del pueblo llano. Sor Consuelo por el contrario es un cielo de monja, una trabajadora abnegada cuya única preocupación es conseguir la financiación necesaria para transformar el hospital en asilo de ancianos. Bueno eso y darse un festejo carnal, dejar los hábitos y vivir una vida plena como mujer en compañía de su hombre. Pero para abrirle los ojos y en un giro que refuerza la deriva maniquea del argumento, aparece en escena un bandolero/guerrillero que desde su posición de excluído social de izquierdas, resulta ser un santo varón destinado a poner los puntos sobre las íes, resolviendo la trama en un santiamén. En fin, todo de un simplismo apabullante. Por no hablar del final, con un salto temporal de 30 años que nos sitúa en plenos 1980s renglones después de que la Benemérita acabe con la vida del maquis en los montes. Sin duda uno de los peores con que me he tropezado nunca. Tenéis otras reseñas en Un libro al día, Orlandiana y Cartas a Calíope. Los dos primeros no le ven gran mérito, el tercero por el contrario está encantado.

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