14 feb 2017

Comer animales - Jonathan Safran Foer

Alimentarse a base de animales habia supuesto un conflicto para Jonathan Safran Foer en mayor o menor medida prácticamente durante toda la vida. Así pues había seguido una dieta vegetariana intermitentemente, con periodos en que se lo tomaba más en serio y otros en que lo relajaba tanto como ese grupo especial de autodenominados "vegetarianos" que comen ocasionalmente pollo o pescado, nunca le dicen que no al estofado de la abuela, ni a las tapas de jamón del bar, etc. Sin embargo cuando nació su hijo su percepción del problema ético y de salud que lleva implícito comer animales se hizo manifiesto. Ya no se trataba sólo de su elección personal, se trataba de criar a su hijo en las mejores condiciones posibles. Así que decidió investigar cómo se produce la carne que llega a los supermercados y darlo a conocer en Comer animales.

Al tratarse de un autor norteamericano todo el estudio se centra obviamente en la industria y normativa de aquel país, aunque ocasionalmente se hace referencia al modelo europeo de la UE. Se usan datos oficiales del gobierno estadounidense y diferentes organizaciones, ya sean gubernamentales u ONGs, para cuantificar el alcance del negocio de cría de animales, pero solo puntualmente y cuando es necesario, así que nadie se asuste porque no hay interminables tablas llenas de cifras áridas. Foer hace un recorrido del sector empezando por las granjas intensivas avícolas (pollo, pavo), a las que siguen las porcinas y las piscifactorías, para finalizar hablándonos del vacuno y la cría de terneras. El panorama es desolador, algo que todos sospechamos pero que la mayoría de las personas prefiere ignorar voluntariamente. El modelo capitalista de producción intesiva cosifica a los animales y los considera elementos de una cadena cuyo objetivo final es generar riqueza a la empresa. Esto ha conllevado cambios en el modelo tradicional de crianza (defendido por el autor) que han transformado en un holocausto la breve vida de los animales, e incluye:

  • Selección genética para lograr un crecimiento rápido en condiciones de alimentación escasa, hasta tal punto de que los animales criados para consumo humano no pueden sobrevivir fuera de los estrictos controles medioambientales de las granjas, y mucho menos reproducirse por sí mismos
  • Masificación de las granjas para optimizar el espacio, con unas pérdidas asumidas por muertes debidas a las malas condiciones de vida que giran en torno al 10-15%
  • Uso indiscriminado y profiláctico de antibióticos para contrarrestar las pésimas condiciones de vida de los animales que les generan de estrés, ansiedad, depresión y cientos de enfermedades (incluidas gripes aviares, porcinas, etc.). Al margen del problema de salud pública que supondría su posible salto al ser humano, afecta directamente a la resistencia de los patógenos a los medicamentos y por tanto, a su capacidad de curar también en el hombre.
  • Volumen inmanejable de heces que se vierte al medio ambiente sin control causando contaminación del suelo, ríos, acuíferos,etc.
  • Contribución al calentamiento global debido a la emisión de gases de efecto invernadero un 40% superior a todo el sector transporte
Y un largo etcétera del que en absoluto se puede excluir la crueldad implícita en dicho modelo. Foer destaca el oscurantismo y opacidad de las granjas industriales, las cuales intentó visitar sin éxito dado que los reponsables desatendieron sus múltiples peticiones de acceso (solo con la ayuda de una activista animalista pudo colarse en una granja intensiva de pavos). Una vez recorrido el infierno de las granjas de producción intensiva de animales para alimentación humana (sin ahorrarnos descripciones exhaustivas de lo que ocurre en los mataderos), el escritor busca alternativas que velen por el bienestar animal, de las cuales nos muestra un par de ejemplos. Estos productores explotan granjas que siguen el modelo tradicional que no busca un beneficio máximo, sino criar a los animales en condiciones «dignas» para garantizar la calidad del producto al consumidor y de camino calmar su parcialmente atribulada conciencia. Como ya he comentado anteriormente, Foer es vegetariano pero defiende estos modelos tradicionales aunque lamentablemente, nos indica que el poder de las grandes corporaciones dificulta en grado extremo su mera existencia.

El autor cede puntualmente la voz a diferentes actores implicados con el ánimo de que cada uno pueda exponer su punto de vista, algo que indica el ánimo constructivo del libro. Desde activistas animalistas independientes, a granjeros que defienden modelos más próximos al tradicional pasando por representantes de la organización de defensa de derechos de los animales PETA. Solo se echa de menos la opinión de las grandes empresas del sector, que no han dado señales de interés por más que Foer ha intentado contactar con ellas. Si algo se puede decir de este ensayo es que es veraz e implacable. Los riesgos de salud pública y contaminación del medio ambiente que llevan implícitos comer animales se suman a la crueldad y el despiadado e ignominioso tratamiento que el ser humano ejerce sobre los animales solo porque puede. Sinceramente no entiendo como alguien puede leer este libro y seguir comiendo animales procedentes de granjas intensivas, bueno y no solo de éstas, ya que Foer también nos avisa de los engaños que hay detrás de las etiquetas Eco, Bio u Organic, puestas más bien para tranquilizar las conciencias de los consumidores que para gantizar una crianza de animales en condiciones mínimas de bienestar. Mi desolación y desesperación ante la indiferencia del ser humano frente a tanto sufrimiento queda expuesta en la siguiente cita:
"¿Qué grado de destrucción debe conllevar una preferencia culinaria antes de que decidamos comer otra cosa? Si contribuir al sufrimiento de miles de millones de animales condenados a vidas miserables y (bastante a menudo) a muertes horribles no nos motiva a ello, ¿qué lo hará? Si ser el contribuyente número uno a la amenaza más seria que se cierne sobre el planeta (el calentamiento global) no basta, ¿qué más necesitamos? Y si os veis tentados a aplazar estas cuestiones de conciencia, a decir: «Ahora no», ¿cuándo será el momento?"
Tenéis más reseñas en El ojo en la paja y Un libro al día. No puedo quedarme con las ganas de enlazar a la reseña de Frédéric Beigbeder en Le Figaro, quien falto de réplicas objetivas contra los hechos que recoge Foer en el libro, tuvo lo ocurrencia de titular su reseña del libro 16 raisons de manger les animaux e incluye el imbatible argumento (número 14) "Ningún animal ha escrito 'Las flores del mal'". Lo cierto es que leer algo así de un escritor cuyo mayor logro literario es jactarse de las rayas de coca que se mete en la vía pública y de las modelos que se liga en los fiestones que se pega cualquier fin de semana, no me parece que tenga mucha fuerza. 

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